jueves

Negro de uniforme.

No tuvo día de alabanzas. Fue marido, padre y abuelo, aprendieron mucho de él [principalmente a distinguir a un canalla a kilómetros- palabras de su viuda-].  

Un entierro de sorpresa así fue el funeral del padre de Zaragoza, sabía que los días haciéndoles compañía era por él, por mis otros primos y sobrinas [lo sabían todos incluyendo el cura] y no por mi tio. 

No se podían decir palabras porque de los muertos hay que hablar bien. 

Pena por no poder decir que fue un buen hombre, aunque fuera trabajando, estudiando, padre o incluso amigo. No hubieron comentarios. No tengo claro si lloraban porque se habían acostumbrado a él, porque lo querían o porque era un alivio no tener que pelear más. 

No se duerme ni de cansancio, no olvidan a quien entierran y aún así es más la sorpresa que el auch. A medida que pasaban las horas se hacen conscientes que esta despedida es parecida a las otras, las cabezas empiezan a mostrar su función es más pena cuando se dan cuenta que no cambia nada. 

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