No giraba más la llave. No pude abrir la puerta al piso en el que estoy. Toque en la puerta de al lado, no respondieron. Espere y cuando oí voces pregunté por ayuda.
Me miró como si le estuviera gastando una broma, pero al ver que no era una abrió la puerta. Se fue mirándome como otros tantos acompañando las palabras que condenan ¿mi independencia?
He tenido que subir a buses, tarea complicada, hay dos tipos de conductores: los que ayudan y no ponen pegas por activar la rampa, que además ayudan a subir y bajar; y los que echan la bronca por pedirla y en algunos casos casi hay que bajar en marcha. En el día a día no ayuda mucho esto último.
Estar en una conversación y, a veces, no poder expresar más que palabras sueltas porque cansa. Es un esfuerzo que duele y va perdiendo valor.
Llegué a plantearme la necesidad de comunicar, ¿no estaría mejor todo si, simplemente, doy por fracasada la capacidad? Ha habido momentos en los que me enfurece la posibilidad de dejarlo; hay otros momentos en los que da igual; existen momentos en los que es mejor no comunicar.
Simplemente, eso. Irónicamente: no entiendo.