Las manillas del reloj resuenan en la habitación. Un reloj que está roto, pero tiene arreglo. Quisiera no oírlo.
Hoy es, otra vez, el recuerdo de que no importan las ganas ni la esperanza ni la voluntad ni la vida en sí. Impotencia por los segundos que pasan y desgastan, sin vuelta atrás dejando nada en a su paso.
Pierdo todo el rato.
Las fuerzas por abrazar al sentido se han evaporado. No deja de doler, al contrario se intensifica.
El cuerpo dejó de responder bien cuando tengo que pedir ayuda para ponerme una sudadera, cuando no he podido abrir una lata de refresco, la puerta del coche no estaba bloqueada, ¡no me pidas que repita lo que he dicho porque respirar cansa!
¡Quiero callarlas!
Las manillas del reloj recuerdan que ya me he quedado sin tiempo. Aguante apenas unos meses, haciendo trampa. Lo tomé como un juego. Perdí antes de empezarlo. Lo acepté: no hay, en este mundo un hueco en el que encaje.